En el año 323, Constantino declara al cristianismo como religión oficial del Imperio romano. Con ello, la Iglesia comenzó a expandirse, consagrando altares e iglesias, una práctica que se extenderá a lo largo de toda la Edad Media.
Para la construcción de los templos cristianos primitivos se aprovechó la estructura de la basílica romana.
En general, se trata de edificios de planta rectangular, con tres naves separadas y uno o varios ábsides semicirculares o cuadrados.
En ocasiones existe un nartex o atrio a los pies del templo. La entrada estaba situada al oeste, el punto de la oscuridad y la muerte, que el devoto abandona al entrar al templo. El otro extremo, el del ábside, apunta al este, dirección de la luz y la resurrección.
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