LA ESCULTURA CASTELLANA.
Se desarrolla en la primera mitad del XVII.
Es profundamente realista y dramática, hasta el punto de conseguir representar el dolor con figuras desgarradas que conmueven al espectador.
La gran figura de la escuela castellana es Gregorio Fernández (1.576-1.636), gallego que se trasladó a Valladolid en 1.605. Creó retablos, imágenes sueltas y pasos procesionales para las cofradías vallisoletanas.
Este es su "Bautismo de Cristo". En esta obra se aprecia el posible influjo de Pompeyo Leoni, de quién tomó la elegancia de sus figuras. Es una obra de gran realismo y sobriedad. El modelado es correcto y expresivo. La madera policroma marca los pliegues angulosos. En los ropajes se ha utilizado la técnica del estofado. Se aprecia su modelado característico del pelo, formado por rizos o mechones como si estuvieron mojados.
Gregorio Fernánez prefiere las imágenes aisladas de altar. En esta "Santa Teresa" destaca la pluma estática en espera de la comunicación divina.
Destacan también sus numerosos Cristos como este "Cristo de la columna" de la iglesia de la Cruz de Valladolid. Sus figuras de Cristo son siempre esbeltas, de armoniosas proporciones y de una cuidada anoatomía. Son muy típicos sus rostros alargados enmarcados por cabellos ondulantes y abundantes y que caen en mechones como si estuvieran húmedos, dejando bucles en la frente.
La barba es rizada y se abre en dos puntas.
La escultura barroca del siglo XVII en Castilla tiene en Gregorio Fernández a su mejor maestro.
Se formó en el taller de su padre, en la localidad lucense de Sarriá, trasladándose a Valladolid en los primeros años del XVII.
En sus primeras obras como el Arcángel San Gabriel ya se aprecia la elegancia manierista de su primer estilo, inspirado en Giambologna.
Su fama empieza a consolidarse, encargándose de la ejecución de grandes retablos y otros grupos más pequeños como la Adoración de los pastores del convento burgalés de Las Huelgas, caracterizado también por la idealización de sus figuras.
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